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15 marzo 2010 1 15 /03 /marzo /2010 14:40

tarija-mapaLa estancia en Tarija fue muy agradable. La ciudad en esa época del año (invierno austral) es fría, seca y polvorienta. Sin embargo, a pesar de que ya a las 6.00 a.m. tenía que estar trabajando, no recuerdo haber estado por debajo de los 3 ó 4 grados centígrados. El hecho de que la ciudad se encuentra casi a 2,000 metros sobre el nivel del mar hace que el sol sea brillante y “queme” bastante a pesar de la temperatura baja. En los alrededores de la ciudad hay viñedos muy bien cuidados. En relación con la gente, estas son muy amables, cariñosas y serviciales. Además del trabajo, los sábados hacía algunas compras en “La Feria argentina”, un gran mercado informal al aire libre con buenos productos y precios económicos. También visité algunos restaurantes con muy buenas ofertas, principalmente de carnes. Quedé deleitado con la sopa de maní. En fin, fue una estancia sin sobresaltos, buenos momentos y grandes amistades. También viví un gran incendio forestal en los cerros cercanos que mantuvo varios días a la ciudad entre humo y hollín, y una tarde en que, después de varios meses sin llover, todo se oscureció, comenzó a soplar un viento fuerte y en pocos minutos junto con la lluvia, una gran granizada que lo cubrió todo con un manto blanco y frío. Algunos meses después, casi sin darme cuenta, tenía que comenzar mi azaroso regreso con otros tantos despegues y aterrizajes.

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13 marzo 2010 6 13 /03 /marzo /2010 16:41

427-01.jpg

Ya en posesión de mi equipaje, dedico unos minutos a contemplar los alrededores, mirar los cerros que rodean en parte al aeropuerto y, fundamentalmente, la belleza de aquella tarde fresca y clara. De ese embelezo me saca la idea de que en realidad aun no había llegado. No vi a nadie esperándome con el consabido cartelito con mi nombre. Regreso al interior del aeropuerto, lo recorro de un lado a otro tratando de encontrar alguna mirada interrogativa, pero nada. Unos 15 minutos más tarde escucho mi nombre en los altavoces y la petición de que me dirigiera al departamento de información. En realidad estaba casi frente a él. Se me acerca una señora y me pregunta mi nombre. Ella se identifica como funcionaria del Departamento de postgrado de la universidad donde iba a trabajar. Después de los saludos de rigor, tomamos un taxi que nos condujo hasta la residencia donde iba a estar alojado. Una pequeña habitación con una cama, un escritorio, una silla, un espejo sobre un mueble con algunas gavetas y calefacción. Acomodo algunas cosas. Salgo a recorrer el edificio con el objetivo fundamental de ver si alguien me invitaba a comer. Nadie a la vista. Salgo a la calle. Varios vendedores de comida rápida. Compro algo de comer y de beber. Regreso inmediatamente, ya que no conocía el nivel de peligrosidad de la ciudad y ya estaba la noche bien entrada. Organizo algunas cosas más y me acuesto. Me encontraba adormecido cuando oigo unos disparos, después otros y otros hasta que el sueño y el cansancio me dominan.   A la mañana siguiente me entero que no habían sido disparos los sonidos que me acompañaron durante la noche. Solo fueron fuegos artificiales desde el estadio de football donde jugaba el equipo que había viajado conmigo. Uffff!

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26 febrero 2010 5 26 /02 /febrero /2010 13:34

p1010026fe7.jpgAlrededor de las 5:00 p.m. aterrizamos en el aeropuerto Oriel Lea Plaza de Tarija. Ese momento me llenó de una paz indescriptible. Terminaba mi viaje de ida con sus ocho despegues y aterrizajes y además ya estaba cerca de poder descansar de este largo viaje que me tenía verdaderamente exhausto. Termina el taxeo y ya en la puerta del avión, casi dando mi primer paso en la escalerilla, veo que frente a ella, en la pista, hay un gran número de reporteros, fotógrafos y camarógrafos. La primera impresión que tengo es que todos se van a abalanzar a hacerme preguntas y tomarme fotos. En realidad no sabía lo famoso que era y la importancia que tenía mi visita. Bajo los escalones que me separaban de tierra firme y ni uno de los periodistas o fotógrafos parece darse cuenta de mi presencia. Continúo mi viaje hasta el edificio central siguiendo un camino preestablecido por un cordón de militares de verde olivo y cascos blancos. Oigo una algarabía, me detengo por un instante y volteo la cabeza para ver que del avión descendían los integrantes del club de football local que llegaban de una buena actuación y se disponían a competir ya en su tierra. Entro en el salón principal del aeropuerto que me pareció más  una terminal de ómnibus que un aeropuerto. Tengo entendido que ya construyeron uno nuevo y moderno. Miro hacia todos lados en busca de la familiar estera que transporta el equipaje y no la encuentro. Pregunto y me dicen que tengo que salir del aeropuerto y a unos metros a la derecha, encontraría un mostrador donde me despacharían mi equipaje. Salgo y me recibe un cielo muy azul y claro, una tarde fresca, verdaderamente muy hermosa. Encuentro ese mostrador que consistía en unas tablas sobre una armazón metálica y un grupo de personas apiñadas sobre él. Logro ver que desde la pista llega un tractor halando una carreta con los bultos de los pasajeros. Todos se arremolinan con algunas monedas en las manos y señalando su equipaje y los gritos de “ese, ese”. Sigo el ejemplo y en pocos minutos me encuentro en posesión de mi equipaje.

Nota: La foto que acompaña este artículo procede de:

Aeropuertos ARG http://www.aeropuertosarg.com.ar/losforos/index.php?topic=14447.0

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24 febrero 2010 3 24 /02 /febrero /2010 16:14

 

Cristo_de_la_Concordia.jpgEste aeropuerto, situado en la ciudad de Cochabamba, lleva el nombre de Jorge Wilstermann, en honor del primer piloto comercial boliviano, aunque la mayoría de las personas solo lo asocian al club de football que también lleva su nombre. Aquí la estancia no fue tan prolongada como la de Viru Viru. Ya comenzaba la tarde, soleada y con cielo muy azul, cuando se produce mi último despegue en ese viaje hacia la sureña Tarija. Sobrevolamos, a baja altura, parte de la ciudad y cruzamos muy cerca del Cristo de Cochabamba o Cristo de la Concordia. Verdaderamente impresionante. En un blog titulado Turismo en Países Andinos aparece la foto que acompaña este artículo y la siguiente descripción:


El Cristo de la Concordia es una estatua de Cristo en Cochabamba y es la estatua de Cristo más grande del mundo. Es un metro alto por cada año de la vida de Cristo – 33 metros – 42 metros con la base.


La Estatua llorosa de Cristo es uno de las cosas más increíble del mundo. Es una estatua de Cristo que llora de los ojos y de la cabeza donde una corona de espinas está. Pero la estatua no llora lágrimas. ¡La estatua llora sangre humana! Muchos laboratorios han probado la estatua y sangre humana verdadera sale de los ojos y la cabeza.


(
http://turismoandinos.blogspot.com/2009/04/cochabamba-en-bolivia.html)


Esta imagen perduró en mi mente por largo rato hasta que se fue diluyendo entre los verdes, rojos, marrones y otros matices de los Andes que cruzaban ante mis ojos a varios miles de metros bajo nuestro avión.  

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14 febrero 2010 7 14 /02 /febrero /2010 16:34

800px-Aeropuerto_Jorge_Wilsterman_-_Cochabamba_-_Bolivia_.jpgUna vez dentro de las instalaciones del aeropuerto, busco en la pizarra informativa a que hora saldría mi vuelo hacia Cochabamba. Tendría que esperar tres horas para que esto sucediera. Cambio algunos dólares por pesos bolivianos o simplemente bolivianos, como se llaman ahora. Busco donde tomarme un café. Un expreso me cuesta alrededor del equivalente a un dólar. Dejo una buena propina. Una hora después, regreso con la intención de tomarme otro café. Ahora, en cuanto me ve, el camarero se acerca rápidamente y hasta me trae un periódico, me enciende el cigarro que acabo de sacar y conversa afablemente conmigo (aun los fumadores no éramos tan discriminados). Bajo al salón principal y me entretengo mirando a un señor, con rasgos andinos, que limpia la amplia cristalería de la fachada del aeropuerto. Termina y vuelve a empezar donde mismo había comenzado unos 20 minutos antes, así una y otra vez. Al fin llega la hora de mi vuelo. Este transcurrió sin ningún sobresalto, cómodo y rápido. Ya había pasado por seis de los ocho aterrizajes y despegues. Estaba ya más cerca de mi destino y sólo me separaban de él otro despegue y otro aterrizaje.  

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30 julio 2009 4 30 /07 /julio /2009 22:53

Al llegar al aeropuerto internacional de Panamá, me llama la atención que se oía una canción de Luis Miguel que era la misma que se estaba oyendo en el aeropuerto de La Habana al momento de salir. Me dio la impresión de que la aldea global era más pequeña de lo que realmente la gente pensaba. Estuvimos alrededor de una hora en ese aeropuerto, tiempo que ocupé en recorrer los largos pasillos y mirar los productos en venta en las innumerables vidrieras de tiendas brillantemente iluminadas. Nuevo despegue, ya el segundo. Vuelo directo ahora hasta el aeropuerto internacional de Viru-Viru, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Después de varias horas de vuelo, avizoro en la negrura de la noche, a unos kilómetros debajo, unas luces en círculos concéntricos que identifico como la ciudad de Santa Cruz. El segundo aterrizaje también fue exitoso y sin sobresaltos. La pista estaba llena de soldados uniformados con ropa verde olivo y cascos blancos. Hago la cola para presentar mis documentos, y he aquí el primer problema de envergadura: Viajo con pasaporte oficial, sin visa. Esto provoca en el funcionario que me estaba atendiendo una reacción inesperada. Me plantea que sin visa no puedo entrar al país. Le explico que el pasaporte oficial con que viajo está autorizado para entrar sin necesidad de visa. No entiende y llama a seguridad. Me llevan a una pequeña habitación donde me conminan a sentarme y esperar. Unos minutos después, traen a una pareja en la misma situación. Más tarde a un hombre. Todos nos mirábamos y compartíamos nuestras dudas. Se oye una voz de mujer, más que hablando, gritando. Clamaba por sus derechos, que aquello era un atropello, que necesitaba hablar con el jefe de turno, que eran unos incompetentes, etc. Aquella algarabía nos envalentonó y todos empezamos a pedir que se solucionara pronto el problema. Treinta o cuarenta minutos después, se acerca un funcionario y dice que todo está aclarado, que podemos pasar a recoger nuestro equipaje, se disculpa y nos desea una buena estancia en Bolivia. (Continuará)

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29 julio 2009 3 29 /07 /julio /2009 15:35

De nuevo julio, aeropuerto José Martí de La Habana, pero esta vez la Terminal dos. Son las cinco de la tarde y llego al salón de despacho con un calor agobiante. Esta terminal no es tan lujosa y cómoda como la terminal tres desde donde partí en mi anterior viaje. Hay una cola de alrededor de 100 personas esperando  ser atendidos. Me lleno de paciencia y converso con mi esposa que siempre me acompaña y me despide en el aeropuerto. Después de casi una hora de espera, llega mi turno y la empleada que me atiende lee y relee la información que aparece en mi pasaje. Me mira a los ojos y me pregunta: --“¿A ti te están pagando peligrosidad?” Ese cuestionamiento me deja perplejo, con una interrogante impresa en el rostro que no hace necesario pronunciar palabra. La empleada entiende bien la pregunta no pronunciada y arremete con su respuesta: --“Sí..., aquí veo que tienes que pasar por cuatro despegues y cuatro aterrizajes antes de llegar a tu destino. Esos son los momentos más peligrosos de un viaje en avión y tienes que pasar por ocho de ellos.” Traté de no hacer mucho caso a aquellas palabras inoportunas y dibujé una sonrisa forzada mientras asentía con mi cabeza. Me despido de mi esposa y me encamino hacia la puerta de salida con aquellas palabras martillándome. En verdad tenía que volar de La Habana a Panamá, de ahí hasta Santa Cruz de la Sierra, ya en territorio boliviano. Después volaría hasta Cochabamba y de ahí hasta Tarija. Sacaba la cuenta una y otra vez y en verdad que tenía que pasar por cuatro despegues y cuatro aterrizajes. Traté de no pensar más en aquello y me acomodé en mi asiento con ventana, que son en realidad los que me gustan para poder observar las maravillas de mi planeta desde una óptica no cotidiana. (Continuará)

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24 julio 2009 5 24 /07 /julio /2009 16:39

Al otro día de estar en la casa que me acogía, me entero de que la muchacha que me había recibido era nieta de un expresidente de Estados Unidos y por ende los niños, con los que ya me había retratado, eran bisnietos de ese expresidente. El resto del tiempo pasó sin sobresaltos y con creciente confianza y ambiente familiar. Unos días después, se me unió otro cubano que sería mi compañero de estudios en la Universidad de Edimburgo. Cuando llegó la notificación de que ya podíamos ingresar en la residencia estudiantil de la universidad, nos mudamos inmediatamente. La estancia allí fue cómoda. Unas semanas después me sentía como si toda la vida la hubiera pasado en esa maravillosa ciudad que a cada momento me hacía regresar al siglo XII o avanzar al, en aquel entonces, venidero siglo XXI.  A todos los que han seguido estas pequeñas historias que he contado, muchas gracias por acompañarme. Pronto les contaré algunas anécdotas de un viaje a Bolivia.   

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18 julio 2009 6 18 /07 /julio /2009 23:33

Después de comer regreso al hostal. Leo algunos de los tantos “papelitos” que había tomado de cuanto estante encontré en la terminal de trenes. Algunos explicaban medidas para evitar la Meningoencefalitis, otros anunciaban revistas o periódicos y así me fui quedando dormido hasta la madrugada cuando me despierto y me pongo más cómodo y apago la luz. En la mañana del lunes encuentro la pequeña habitación donde, en un mostrador pegado a la pared, se alineaban varios potes con azúcar, café instantáneo,  bolsitas de chocolate, te y leche en polvo. Tomo agua caliente de una jarra y me hago un café con leche a la cubana. La salida del hostal era a las 10 de la mañana. Aun podía dejar mis cosas y hacer otro intento en el teléfono. Esta vez, me sorprende una respuesta, una voz femenina que pregunta quien soy. Le digo que soy Daniel, de Cuba. Enseguida me explica que ellos estaban para un campismo, que me esperaban para el otro fin de semana, que estaban muy apenados, que fuera para allá enseguida. Regreso, recojo mi inseparable maletín negro, pago y me encamino a pie hacia la casa. Ya el camino me era familiar. Me abre una mujer joven con acento americano. Me lleva a la cocina para que desayune mientras se disculpa de nuevo y me explica la confusión. Me presenta un niño de unos tres años y una niña de cuatro o cinco años. Rubios, con mirada inteligente y bastante sociables. Son sus hijos. Son de Estados Unidos y están pasando unos días en la casa. El esposo era periodista y regresaría más tarde. Me llevaron al cuarto que ocuparía por unos días hasta que estuviera listo el campus de la universidad donde iba a estar el resto del tiempo. Había bastante periódicos viejos para entretenerse y televisión. Leí detalladamente sobre la muerte de Frank Sinatra y Lady Di. La casa era de clase media alta, algo desarreglada como indicio de la falta del verdadero dueño. En la noche hicimos tertulia en la cocina. El esposo se llamaba igual que yo. Comentamos de disímiles temas y nos contamos anécdotas interesantes. Me dijo que él también tenía dificultad en entender el acento británico y particularmente el acento escocés. Ya estaba en un ambiente familiar, resguardado del frío y con comida al alcance de la mano siempre que sintiera hambre. Solo me molestaba tener que bajar la escalera y salir a los escalones externos de la casa para fumar. (Continuará)

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16 julio 2009 4 16 /07 /julio /2009 16:35

Después de recorrer los alrededores y mirar insistentemente el reloj, lo que me provocaba una sensación de lentitud desesperante, me dirijo de nuevo al posible refugio reparador. La sombría señora de hacía dos horas me mira con cierta indiferencia, como si nunca me hubiera visto. Le recuerdo quien era y la respuesta que me había dado. Ahora me dice que aun las habitaciones no estaban listas, que sería alrededor de las dos de la tarde que podría entrar. Con una fluidez inimaginable la ataco con la explicación de mi situación: soy cubano, llevo casi 48 horas sin dormir, le muestro los ojos enrojecidos, las ojeras, la barba crecida... Ni un gesto que delatara compasión en su rostro. Me callo, me siento en el único sofá que había en un rincón oscuro y húmedo. Unos minutos después se me acerca una mujer, rubia, de unos 60 años, con uniforme de empleada y una escoba en la mano. Mira a su alrededor, la mujer de la recepción, no estaba. Me dice que la siga por otra escalera, ahora metálica. Me muestra una habitación, me da la llave y dice que había oído todo y que sabía como me sentía. Añade que no me preocupara, que descansara. Se lo agradecí y exploré con la vista la habitación. Pequeña, con una cama personal muy limpia y acogedora, una mesita con un espejo en la pared y una silla. Ni una sola ventana. La luz era blanca, clara. A las seis de la tarde, me despierto. Me siento aliviado, pero con hambre. Bajo y encuentro el baño detrás de la pequeña recepción que ahora estaba vacía. Una hilera de duchas a ambos lados y algunos espejos y lavamanos. Me afeito, me lavo la cara y el cuello, pero no me apetece darme una ducha. Salgo en busca de un lugar donde comer algo y hacer otro intento en el teléfono. Ya la tarde estaba fría y oscurecía. Entro en un KFC y pido una ración de pollo con papas fritas y una Coca-cola. El precio me hace recordar que si no consigo otro medio de alimentarme, el dinero que llevaba para dos meses no me alcanzaría ni para uno.  (Continuará)

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