Ya en posesión de mi equipaje, dedico unos minutos a contemplar los alrededores, mirar los cerros que rodean en parte al aeropuerto y, fundamentalmente, la belleza de aquella tarde fresca y clara. De ese embelezo me saca la idea de que en realidad aun no había llegado. No vi a nadie esperándome con el consabido cartelito con mi nombre. Regreso al interior del aeropuerto, lo recorro de un lado a otro tratando de encontrar alguna mirada interrogativa, pero nada. Unos 15 minutos más tarde escucho mi nombre en los altavoces y la petición de que me dirigiera al departamento de información. En realidad estaba casi frente a él. Se me acerca una señora y me pregunta mi nombre. Ella se identifica como funcionaria del Departamento de postgrado de la universidad donde iba a trabajar. Después de los saludos de rigor, tomamos un taxi que nos condujo hasta la residencia donde iba a estar alojado. Una pequeña habitación con una cama, un escritorio, una silla, un espejo sobre un mueble con algunas gavetas y calefacción. Acomodo algunas cosas. Salgo a recorrer el edificio con el objetivo fundamental de ver si alguien me invitaba a comer. Nadie a la vista. Salgo a la calle. Varios vendedores de comida rápida. Compro algo de comer y de beber. Regreso inmediatamente, ya que no conocía el nivel de peligrosidad de la ciudad y ya estaba la noche bien entrada. Organizo algunas cosas más y me acuesto. Me encontraba adormecido cuando oigo unos disparos, después otros y otros hasta que el sueño y el cansancio me dominan. A la mañana siguiente me entero que no habían sido disparos los sonidos que me acompañaron durante la noche. Solo fueron fuegos artificiales desde el estadio de football donde jugaba el equipo que había viajado conmigo. Uffff!