De nuevo julio, aeropuerto José Martí de La Habana, pero esta vez la Terminal dos. Son las cinco de la tarde y llego al salón de despacho con un calor agobiante. Esta terminal no es tan lujosa y cómoda como la terminal tres desde donde partí en mi anterior viaje. Hay una cola de alrededor de 100 personas esperando ser atendidos. Me lleno de paciencia y converso con mi esposa que siempre me acompaña y me despide en el aeropuerto. Después de casi una hora de espera, llega mi turno y la empleada que me atiende lee y relee la información que aparece en mi pasaje. Me mira a los ojos y me pregunta: --“¿A ti te están pagando peligrosidad?” Ese cuestionamiento me deja perplejo, con una interrogante impresa en el rostro que no hace necesario pronunciar palabra. La empleada entiende bien la pregunta no pronunciada y arremete con su respuesta: --“Sí..., aquí veo que tienes que pasar por cuatro despegues y cuatro aterrizajes antes de llegar a tu destino. Esos son los momentos más peligrosos de un viaje en avión y tienes que pasar por ocho de ellos.” Traté de no hacer mucho caso a aquellas palabras inoportunas y dibujé una sonrisa forzada mientras asentía con mi cabeza. Me despido de mi esposa y me encamino hacia la puerta de salida con aquellas palabras martillándome. En verdad tenía que volar de La Habana a Panamá, de ahí hasta Santa Cruz de la Sierra, ya en territorio boliviano. Después volaría hasta Cochabamba y de ahí hasta Tarija. Sacaba la cuenta una y otra vez y en verdad que tenía que pasar por cuatro despegues y cuatro aterrizajes. Traté de no pensar más en aquello y me acomodé en mi asiento con ventana, que son en realidad los que me gustan para poder observar las maravillas de mi planeta desde una óptica no cotidiana. (Continuará)
Aleida 08/06/2009 23:53